miércoles, 23 de enero de 2013

ECLOGA I - Vergilii

El tema de los pastores fue recurrente en la poesía antigua. Se presentaba un mundo idealizado, en que los pastores, felices en un entorno idílico, cantaban al amor, a la amistad, a la naturaleza...

Aquí tenéis el pricipio de la Bucólica I (o ecloga) de Virgilio. Al oírla notaréis el ritmo de la poesía clásica. Se consigue con la repetición de determinados patrones de sílabas largas y breves. En este caso forman un hexámetro, básicamente seis repeticiones de larga-breve-breve o sus sustituciones (dos breves equivalen a una larga).





Meliboeus:

Tityre, tu patulae recubans sub tegmine fagi,
silvestrem tenui musam meditaris avena.
Nos patriae finis et dulcia linquimus arva;
nos patriam fugimus. Tu, Tityre, lentus in umbra
formosam resonare doces Amaryllida silvas.

Tityrus:

O Meliboee, deus nobis haec otia fecit.
Namque erit ille mihi semper deus. Illius aram
saepe tener nostris ab ovilibus imbuet agnus.
Ille meas errare boves, ut cernis, et ipsum
ludere quae vellem calamo permisit agresti.

Meliboeus:

Non equidem invideo, miror magis : undique totis
usque adeo turbatur agris ! En ipse capellas
protinus aeger ago, hanc etiam vix, Tityre, duco.
Hic inter densas corylos, modo namque gemellos,
spem gregis, a ! silice in nuda conixa reliquit.
Saepe malum hoc nobis, si mens non laeva fuisset,
de caelo tactas memini praedicere quercus.
Sed tamen iste deus qui sit da, Tityre, nobis.

Tityrus:

Urbem quam dicunt Romam, Meliboee, putavi
stultus ego huic nostrae similem, quo saepe solemus
pastores ovium teneros depellere fetus.
Sic canibus catulos similes, sic matribus haedos
noram, sic parvis componere magna solebam.
Verum haec tantum alias inter caput extulit urbes,
quantum lenta solent inter viburna cupressi. (...)


Traducción:

MELIBEO: ¡Títiro!, tú, recostado a la sombra de esa frondosa haya, 
meditas pastoriles cantos al son del blando caramillo; 
yo abandono los confines patrios y sus dulces campos; 
yo huyo del suelo natal, mientras que tú, ¡oh Títiro!, tendido a la sombra, 
enseñas a las selvas a resonar con el nombre de la hermosa Amarilis.

TÍTIRO: A un dios, ¡oh Melibeo!, debo estos solaces, 

porque para mí siempre sera un dios. Frecuentemente empapará su altar 
la sangre de un recental de mis majadas; 
a él debo que mis novillas vaguen libremente, como ves, y también poder yo 
entonar los cantos que me placen al son de la rústica avena.

MELIBEO: No envidio, en verdad, tu dicha; antes me sorprende, pues por todos 

los campos hasta tal punto reina la turbación. Aquí voy en persona, mis cabras
yo mismo pastoreando, aunque enfermo, y ahí va una, Títiro, que apenas puedo arrastrar, 
porque ha poco parió entre unos densos avellanos dos cabritillos, esperanza, 
¡ay!, del rebaño, los cuales dejó abandonados en una desnuda peña. 
De no estar embotada mi mente, muchas veces hubiera previsto esta desgracia al ver 
los robles heridos del rayo. Mas dime, Títiro, ¿quién es ese dios?

TÍTIRO: Creía yo, Melibeo, que la ciudad que llaman Roma 

a esta nuestra era parecida, tonto de mí, adonde 
solemos ir los pastores a destetar los corderillos; 
así discurría yo viendo que los cachorros se parecen a los perros 
y los cabritos a sus madres, y ajustando las cosas grandes con las pequeñas; 
pero Roma descuella tanto sobre las demás ciudades 
como los altos cipreses entre las flexibles mimbreras (...)


Poetae Latini, quorum nonnulli in Hispania nati sunt, versus pulcherrimos scripserunt!


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